miércoles, 3 de abril de 2013

¿Qué hacer?

Ya he oído demasiadas veces esa pregunta como para no intentar responder. Lo que exprese aquí será, como siempre, mi humilde opinión y anticipo que se trata de una reflexión que paren a partes iguales la cabeza, el corazón y las vísceras.

Todo aquel y toda aquella que se haya preguntado qué hacer o cómo cambiar el mundo es porque no está de acuerdo con éste. En mayor o menor medida, habrá tomado conciencia de una serie –a su juicio- de situaciones injustas, desfavorables, de expolio, desiguales o, de lo más simple, de una realidad –a su juicio, de nuevo- mejorable. Si ya hemos dado ese paso y poniendo como ejemplos situaciones cercanas y desgraciadamente demasiado cotidianas (desahucios, desempleo, precariedad, abusos, violaciones, asesinatos de género, corrupción…) y otras no tan cercanas pero igualmente impactantes (guerra, cambio climático, extinción de especies, migraciones humanas, feminicidio…) podemos empezar a imaginar y diseñar una serie de alternativas. Es, digámoslo así, como observar algo que no nos gusta o que nos perjudica y que, por lo tanto, creemos que hay que cambiarlo.

-Claro, claro… yo tengo razón. –Me parece muy bien, pero yo tengo la porra. Tener razón ante las injusticias no es, ni de lejos, suficiente como para acabar con ellas. Normalmente, si se produce una sinrazón pública y notoria es porque diversos poderes la han provocado y alimentado, por lo tanto, luchar por convertir lo injusto en justo es ante todo una lucha contra el poder, contra los poderes. En este país –y no valen las excusas- el soberano es el pueblo y de aquí tenemos que extraer una conclusión preliminar: lo primero que podemos hacer es votar y decidir quién nos gobierna, si alguien no vota y no participa (como partícipe, como parte y forma concreta) cualquier cambio que logre será estéril o puntual, y sucumbirá más pronto que tarde a nuevos poderes, con nuevos o viejos intereses. ¿Los partidos actuales no sirven? Cambiémoslos, todos somos libres de participar en ellos o de inventarse otros. Pero para eso hace falta una visión distinta de lo político y de nosotros mismos como sujetos de esta sociedad.

Qué hacer es una pregunta con trampa. La pregunta debería de ser ¿qué podemos hacer? porque hasta que no aparezca ese plural no habrá una respuesta. Qué puedes hacer tú que eres juez, no es lo mismo que lo que puedas hacer tú que eres secretaria de una radio, ni lo mismo que puedas hacer tú que eres médica de un hospital que van a privatizar, ni lo que puedas hacer tú que llevas dos años en paro, o lo que puedas hacer tú informático, tú con tres hijos, tú con dos carreras y trabajando de peón, o tú, por último, que has decidido hacer bueno el refrán de “dios proveerá”. Si preguntamos qué podemos hacer la cosa cambia. Tenemos que –esta es mi opinión- tomar conciencia de la situación más cercana, de la inmediata y de las más alejadas. Después de ser conscientes de esa pésima realidad tenemos que plantearnos la alternativa y eso va desde denunciar lo injusto a combatirlo. Después tendremos que ver quién puede representar, organizar y ejecutar mejor ese cambio pero con cada uno/a de nosotros/as siendo parte de él, decidiendo, comprometiéndonos, actuando. Hay que aportar ideas, ganas, tiempo o manos. Hay que sumar.

Es verdad que un país que se indigna pero que convive con un país que ve saltar de un trampolín a Falete, un país que articula críticas masivas pero que no admite la autocrítica, un país donde unos soñamos despiertos y otros duermen entre pesadillas, un país sin conciencia individual ni colectiva pero que se paraliza para ver un partido de fútbol, un país sobreinformado de cotilleos, titulares y apuntes pero sin cultura, no pinta demasiado bien para un experimento tan revolucionario como es que la gente despierte, piense y actúe, pero si ya te has preguntado qué puedes hacer, qué podemos hacer, ya has dado un paso importante. Al menos ya eres consciente. Ahora de ti depende, de nosotros depende, que la suma de consciencias triunfe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario