Me contó el sabio Juan C. Romero² en una de esas cervezas
que de vez en cuando puedo disfrutar con él, que había dos tipos de bares en la
movida madrileña: Estaban los que tenían las paredes llenas de póster cogidos con
chinchetas y sonaba rock, y, los que tenían láminas enmarcadas y sonaba jazz…
en los primeros no sólo se estaba mejor, es que además las copas eran mucho más
baratas y se ligaba más.
Me da envidia sana la capacidad de Juan para contar las
cosas, pero mucho más envidio esa competencia para el análisis y la síntesis (y
lo digo sin retintín, ironía o coña): chincheta bien, alcayata mal.
Hoy nos bombardean anuncios, perfumes, gestos, titulares,
envidias… apenas algún símbolo suelto y desolado, mucho odio, mucha desidia, mucho
miedo. Tenemos, más que nunca, que pararnos a identificar lo fundamental –que no
es otra cosa que nuestro momento, nuestro entorno, nuestro trabajo, nuestros
tiempos y nuestros sentimientos- y dotarnos de herramientas que nos permitan
distinguir entre lo que quieren vendernos y lo que necesitamos o queremos. Podría
parecer que estoy hablando de cuestiones materiales pero os ruego que hagáis un
primer esfuerzo de abstracción porque estoy hablando de ideas, de ideales y de
ideología.
Por lo tanto, más cultura, más debate sincero, más
formación, más implicación, más coherencia, más coraje, más organización, más
ganas, más lectura, más transparencia, más modestia y, sobre todo, más y más
gente. La política toca fondo en la valoración y la conciencia porque no nos
paramos a distinguir las chinchetas (buenas políticas) de las alcayatas
(políticas criminales). Programa, programa y programa (hecho de modo colectivo,
vinculando a personas distintas y sabiendo agregar) es hoy una necesidad vital.
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