Está empíricamente demostrado que
el homo sapiens (occidental y del hemisferio norte) se vuelve gilipollas en
verano. Quizá durante el resto del año ya lo sea pero compite tanto con el
resto de gilipollas del planeta que casi ni se nota.
Cortina de humo es una de mis
películas favoritas; nos muestra cómo distraen nuestra atención de las
cuestiones fundamentales, en este caso y más exactamente, un presidente en
apuros por un escándalo sexual con una becaria a unas semanas de las elecciones
es salvado por un equipo experto en “ventas” (eso que ahora llamamos márquetin
los españoles y nos quedamos tan anchos) al inventarse una guerra contra un
país terrorista, con muchos terroristas, lleno de terroristas, todo él
terrorista.
La cortina de humo, literalmente
hablando, deriva de tácticas militares: el humo impide que el enemigo vea
nuestros movimientos o la posición de nuestras tropas. Dicen los que saben de
esto que es una acción muy antigua inspirada, quizá, en la posibilidad que
tenían los barcos de escapar de los perseguidores en los bancos de niebla. No
he logrado averiguar a quién se le atribuye la ocurrencia pero los textos
clásicos griegos ya cuentan algunas batallas en las que se usó. El caso es que
hoy en día, en este periodo que llamamos moderno, el término se usa más en el sentido
figurado de la película citada que en su acepción original.
Ahora llega el momento en el que
yo debería de hablar de lo que está ocurriendo en el Peñón de Gibraltar, y a lo
mejor preguntarnos por qué no ocurre en Andorra. Igual podría hablar del
fútbol; de los fichajes o el comienzo de la liga, o sea, del pelo de Sergio Ramos.
Podría reflexionar sobre el papel de las religiones y analizar sesudamente pero
de modo superficial y simplista qué está ocurriendo en Egipto, y, claro está,
preguntarnos si la guerra en Siria ha terminado ya. Del posado de la Obregón. Del
Concurso Internacional de tocar la guitarra sin guitarra (esto existe, os lo
juro). De los cuernos de la famosísima menganita. De las vacaciones de los estupendísimos
fulanitos. Del gran estreno de Los Pitufos II. No estaría de más, hacer un
amplio reportaje sobre la calor que hace en Sevilla en los meses estivales. Las
fiestas patronales varias. El tráfico y las operaciones salidas y retornos. Los
encierros de toros… en fin, como podéis ver, literalmente hablando si ponéis
cualquier noticiario, todo un amplio abanico de cuestiones trascendentales.
En verano se nos olvida la lucha
de clases y la sustituimos por luchas en el barro con dos musculosas y
aceitadas señoritas que intentan derribarse. En verano las cortinas de humo no
nos dejan ver el humo de las cortinas que arden, incendiadas por odios
antiguos, razones antiguas y rencores nuevos, en las casas de miles de
inocentes y, lo que es peor, no distinguimos un humo del otro aunque los dos nos irriten los ojos. En verano no hay corruptelas, hay declaraciones y manifestaciones
jaleatorias de fascistas nuevos que se ríen de ancianos estafados. En verano no
hay paro, ni precariedad, ni hambre de libertad, justicia e igualdad;
preferimos el sabor de las barbacoas. Todo cambia para que nada cambie, todo continúa para que nada continúe. Una vez leí la más tremenda explicación de cómo acabó el "mayo francés": llegaron las vacaciones. En verano el mundo, occidental y del hemisferio norte, es casi perfecto. Definitivamente, nos hemos vuelto gilipollas.
Antes de que la cortina de humo
significara ocultar, se hizo célebre la frase "El perro de
Alcibíades" (la película en inglés se llama "wag the dog") que, dicen, en mitad de una acalorada discusión en un foro,
cortó el rabo a su perro. Cuando le preguntaron el porqué de tan irracional
comportamiento contestó que, mientras hablaban de su perro, no hablaban de las corrupciones
y caprichos de su gobierno.