Unas veces porque no pueden ir de excursión con el
resto de los compañeros de clase. Otras no pueden comprar la equipación
deportiva. Otras no han desayunado en casa.
Son tres tipos de hambre. En la primera los niños
lloran porque se saben menos felices, es el hambre de la cultura y de las ganas
de saber, de relacionarse y de ser iguales. En el segundo caso lloran porque se
sienten excluidos, es el hambre de la inferioridad, de saber que sus padres no
pueden y otros sí. En la tercera lloran de dolor, de hambre, de verdadera
hambre. Podría parecer que la última es la más terrible pero en realidad son terroríficas
las tres; y hay más: hay hambre de libertad, hambre de esperanza, hambre de consuelo,
hambre de ilusión, hambre…
Decía una canción de un grupo vasco -no recuerdo el
nombre- que no había que “confundir el hambre con las ganas de comer”. Nos ha
estado pasando con nuestro alocado consumo y desmedida ambición. Nuestras ganas
de aparentar y consumir lo que no necesitamos de verdad nos ha traído una
sociedad de desiguales en la que hemos estado confundiendo hambre con ganas.
Hoy somos más conscientes de nuestros límites pero nuestros hijos no pueden
pagar los despilfarros (ni los propios ni los políticos).
Ante cada hambre una respuesta. Ante cada injusticia
una respuesta. Ante cada desaliento una respuesta. Ante cada canallada una
respuesta. Hay que organizarse.
Si un niño no puede ir de excursión pongámoslo entre
todos (o mejor doten a los Centros con partidas para ello y, si no, que no se
organice la excursión). Si un niño o niña no puede jugar compremos chalecos de
entrenamiento y que lleven debajo lo que puedan. Si no pueden comer en casa
obliguemos a las administraciones a que destinen fondos para garantizar su
comida. ¿Esto son propuestas populistas? Pues llámame como quieras. Lo que no
podemos permitir es que la próxima generación nazca y se desarrolle en una
sociedad de clases tan marcada como la esclavista o la feudal. Y recordad
siempre que si un niño pasa hambre –cualquier tipo de hambre- es siempre una víctima
y nunca un culpable. Culpables somos todos nosotros, unos por haber votado a
quienes hemos votado, otros por no votar, otros por su silencio y otros por
gritar de más. Unos por aprovecharse y otros por claudicar.
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