Este artículo está escrito
pensando en las/os militantes de IU. No creo que interese al resto.
Se han puesto muy de moda los
compromisos éticos (o códigos éticos) de los políticos. Son, resumiendo mucho,
una serie de mandamientos y principios que nos podrían o deberían parecer a
todos “de cajón”, perogrulladas varias que deberíamos de dar por supuestas. Los
que he podido leer hacen mucho hincapié en el cumplimiento de la Ley, es decir,
que recalcan que cumplirán y harán cumplir la Ley. Estaría bueno.
Si buscamos “Código ético” en
google, entre las diez primeras referencias encontramos, por este orden, el
código ético de Endesa, Gas Natural Fenosa, Iberdrola y Bankia… ahí es nada.
Todos conocemos y padecemos las prácticas de estos señores y, por lo tanto,
podemos inferir que un código ético vale lo que vale un trozo de papel
higiénico después de haber sido objetivamente usado y, es más, podemos pensar
que si estuviera impreso valdría exactamente para el mismo fin.
El compromiso o principio que nos
ocupa tiene el apellido de político y eso le da una dimensión nueva. Los “códigos”
que he podido leer (IU, PSOE y Podemos les llaman éticos y el PP y UPyD habla
de buenas prácticas) son una nadería: no robaré, no me aprovecharé de mi cargo,
no malvenderé lo que no es mío, no aceptaré regalos, haré todo lo que pueda por
la transparencia, no favoreceré a una prima que tengo en Cuenca… les falta, no
es broma, decir que no tomarán el nombre de dios en vano. Casi todas las
cuestiones que se plantean –en honor a la verdad hay que decir que hay algunas
novedades- deberíamos (y deberían ellos sin necesidad de firmar nada ni de que
se lo recordaran) darlas por cumplidas. Ahora bien ¿Por qué tenemos, entonces,
un alto nivel de corrupción demostrable y de corruptelas de difícil
demostración por muy del dominio público que sean? Porque, en primer lugar, la
Ley es muy laxa con el corrompido y con el corruptor, y, en segundo lugar,
porque a los partidos les ocurre lo mismo que a las empresas citadas arriba: no
son creíbles. Sus códigos son una declaración de intenciones y algo a lo que
acogerse si interesa (internamente) para quitarse de encima a un competidor o
para colocar en segunda fila a algún/a díscolo/a.
¿Necesitamos los partidos un
código o se trata de una moda más? Evidente y certeramente la ciudadanía (que
no los ciudadanos en general, que esa es otra) está hasta el mismísimo moño de
las corrupciones; también lo está de las aspiraciones y ansias de poder; lo
está de la falta de respuestas medibles, y, lo está de “la política” sin más.
Hay que huir de las modas y no precipitarse pero también hay que ser firmes y
no dar ni un solo paso atrás porque, el próximo, puede ser un traspié
catastrófico.
En Izquierda Unida, especialmente
en la Comunidad de Madrid aunque no en exclusividad, podemos ver varios grupos
internos que pelean por el poder y la representatividad. Ya lo hemos dicho en
varias ocasiones: IU es especialista en dispararse en el pie cuando baila. No
necesitamos a Podemos o las campañas de los poderosos medios de comunicación
para ofrecer, en general, una imagen que se mueve entre el ejército de Pancho
Villa y el camarote de los Hermanos Marx. En el lado positivo, cuando nos dejan
en paz y nos dejamos en paz a nosotros mismos, Izquierda Unida ofrece
alternativas creíbles y, sin apasionarme al decirlo, tanta ilusión o más que la
que puedan ofrecer otros. Así es que, parece ser, la condición para que
avancemos en resultados internos y en implicación social (también en votos) es
que nos calmemos.
Estuve un par de días pensando en
la campaña de afiliación. Evidentemente para hacer cosas (y para debatir
propuestas y llevarlas a cabo) necesitamos una militancia abultada, consciente,
activa, formada argumentaria y técnicamente (ideológicamente si se prefiere por
denostado que esté el término) y capaz de dar respuesta a los problemas
concretos que es, en el fondo y en la forma, nuestra razón de ser. También
estuve pensando si merecía la pena el esfuerzo; quizá suene raro, pero siempre
he pensado que si hacemos un trabajo concreto y por abajo se incorporarían de
modo natural esa gente a la que hubiésemos convencido por lo que hacemos (y por
cómo lo decimos) y no sería necesario que se sumaran gente por motivos ajenos a
los de los objetivos (esa, insisto, razón de ser de IU).
Cualquier pelea interna y
cualquier caso de corrupción (o supuestas peleas internas y supuestos casos de
corrupción) van a ser aireados, multiplicados y exagerados por todos los medios
–nunca mejor dicho- y las propuestas o alternativas que podamos plantear van a
ser silenciadas o ridiculizadas. Una acción concreta que beneficie a un
colectivo, a unos trabajadores, a un sector social o a un puñado de personas
(hablar ya de a toda una clase social es un sueño) nos aporta mucho más de lo
que pensamos, pero entendedlo, ni se publicitará ni se sacará un rédito
inmediato y directo. Una pelea será un titular que destrozará todo o mucho de
lo que hayamos hecho bien.
Creo que no es momento de Manifiestos
(lo promueva quien lo promueva). Creo que no es momento de autocríticas (las
haga quien las haga). Creo que no es momento de dudas (las tenga quien las
tenga) y, creo, que no es momento de desconfianzas, de peleas, de pactos
internos, ni de alianzas. Creo que todos y todas los y las militantes (e incluso
aquellos que dicen simpatizar con IU) tenemos que firmar un compromiso (una
mezcla entre “los votos”, el código ético y los estatutos) con el que renovemos
la situación actual de IU y con el que fijemos unas nuevas reglas de juego de
obligado cumplimiento. De igual modo, urge más aún la firma de un “contrato” de
todos y cada uno de los miembros de los distintos órganos (a todos los niveles)
que, además del compromiso anterior, sume mecanismos que nos permitan evaluar
su trabajo, su grado de compromiso y sus actuaciones. Por último, y de igual
modo, un código completo para los cargos públicos y los liberados de IU.
El contenido de ese compromiso
(que habrá que actualizar en la próxima Asamblea Federal) debería de obligar a
todos y todas sus firmantes a: A) Respetar los acuerdos alcanzados en los
órganos de dirección. B) No criticar en público ninguna de las declaraciones de
otr@ compañer@. C) Que cualquier declaración pública se haga en positivo. D) No
difundir en medios ajenos a la organización artículos u opiniones sobre la
situación interna. E) Toda discrepancia se resolverá en las Asambleas o
Consejos. F) Por encima de los intereses de los partidos integrantes o de las
corrientes establecidas primará el interés de IU como movimiento político y
social. G) Cualquier actuación que se considere daña este compromiso se
someterá urgentemente a los órganos correspondientes (también se puede nombrar
una Comisión de garantías y control permanente, con un reglamento propio, que
sancione directamente a aquellos que pudieran dañar a IU, apartando o
suspendiendo cautelarmente de militancia). H) Todos los acuerdos serán públicos
y actualizados en el momento en que se tomen.
No se pretende –más bien al
contrario- que no haya críticas, sino fijar las reglas mínimas de convivencia y
de desarrollo organizativo. Establecer el respeto y el consenso como método
habitual y, sobre todo, que el trabajo que realicemos -desde el Parlamento
Europeo al último municipio- no se vea frustrado por las marrullerías de unos y
las ganas de poder de otros. De aquí a las elecciones generales (y después
hasta la Asamblea Federal) creo que tod@s deberíamos de comprometernos.
Por supuesto caben más puntos (y
podrían ser más claros y concisos) pero, ahora, ¿quién lo redacta y propone?
¿Qué mecanismos tengo para hacer que algo así se discuta? Quizá esta sea la
siguiente cuestión a resolver.
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