Asistí a tu bautizo cuando apenas
era un niño, pero recuerdo bien que Doña Reyes escribió en la pizarra, con esa
letra bonita y redonda que tienen las maestras, unos versos que yo apenas
deletreaba: …hombres de luz, que a los hombres, alma de hombres les dimos. Me
recuerdo a mí mismo, a caballito en los hombros de mi padre, cuando el cuatro
de diciembre el eco sordo de un disparo sesgaba una vida pero no ahogaba la
fiesta ni las ansias de libertad. Y recuerdo a mi madre haciendo pestiños en
esa cocina pequeña, de ese pequeño piso de la Barriada de Begoña, tarareando pequeñas
canciones que nunca había oído: si los curas y frailes superan…
Asistí a tu primera comunión, que
duró varios años, y no olvidaré que tu traje peculiar -verde, blanco y verde- lo
inundaba todo, todo lo hacía brillar, todo lo seducía. Quita un cacique, elige
un Alcalde. El intento de golpe de estado nos pilló, como a todos, con la
guardia baja y más pendientes del 28 que del 23 de febrero. Del miedo se pasó a
la ilusión y pronto olvidé –olvidamos- y nos pusimos a soñar.
Entre tu comunión y tu fiesta de
puesta de largo, dejamos las alpargatas y compramos deportivas de marca, botos camperos
o zapatos de tacón. Nos mudamos al centro de Sevilla y mi madre sustituyó
aquellas cancioncillas por letras de Carlos Cano: ¡Cómo relucen las amapolas,
de Andalucía trabajadora! Ingresé en las Juventudes Comunistas de Andalucía
mintiendo sobre mi edad. Lo ha explicado Pita muchas veces: este tío tenía la
misma barba con trece años que con 30. Me fui con Fernando, Jose (que no José) y
Juanjo a la Plaza de Armas: llegaba una de las marchas por la Reforma Agraria
Integral.
Llegó la modernidad. Tenías que
seguir siendo lo que eras, pero te disfrazaban y te usaban a su antojo. ¿Tu
papel? Ser un tablao gigante para dar palmas al compás de sevillanas forzadas.
Yo recordaba los acordes de ésa “la que divierte…” y empezaba a conocerte.
Ronda me maravilló, envidié a Granada, me enamoré de Baelo Claudia, de los
campos cordobeses y de sus calles, de la sierra de Huelva… leí, gracias a Pilar
García (profesora del San Isidoro) a Juan Goytisolo y sus Campos de Níjar y
entendí que había dos, o más, Andalucías. Mi tierra era mucho más de lo que
había vivido, mucho más de lo que abarcaba, mucho más de lo que tenía, y, mucho
menos de lo que esperaba.
Y te casaste. No sé si fue un
matrimonio de conveniencia o hiciste bueno el refrán: el roce hace el cariño.
Eras mujer, amante, compañera, madre… pero te faltaba ser tú, ser libre y
consciente. Ya me pilló fuera y te miraba, con anhelo pero también con
inquietud y una tremenda pena. Te he visto desgobernarte y hoy soy testigo
lejano de tu divorcio.
El 22 de marzo tienes una nueva
oportunidad. Tienes que decirle a tus hijos e hijas que quieres un futuro
concreto, que en sus manos está romper con la pandereta y los subsidios. Que
eres rica en imaginación, en gentes de bien, en recursos, en tecnología, en
tierras fértiles, en espacios naturales. Que tienes buenos maestros y maestras,
buenos profesionales de la salud, buenas ideas. Tienes que decirles que tienen
que participar, decidir y comprometerse. Tienes que reclamar tu espacio en la
historia (y puedes).
Creo que tienes que recuperar el
espíritu que te alumbró, que te parió si se prefiere. Creo que debes
reconstruirte, abandonando las políticas neoliberales (las haga quien las haga
y se llame como se llame). Creo que no debes dejarte seducir por los cantos de
sirenas que remarcan el acento pero vacían los discursos de contenidos.
Te ruego, por lo mucho que te
quiero aunque esté lejos y ya sea más manchego que andaluz, que retomes tu
historia. No me hagas que te vea envejecer sola, achacosa, con dolores
incurables y sin esperanza. Ni tú ni los andaluces lo merecen.
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