lunes, 26 de enero de 2015

Andalucía, desde lejos


Asistí a tu bautizo cuando apenas era un niño, pero recuerdo bien que Doña Reyes escribió en la pizarra, con esa letra bonita y redonda que tienen las maestras, unos versos que yo apenas deletreaba: …hombres de luz, que a los hombres, alma de hombres les dimos. Me recuerdo a mí mismo, a caballito en los hombros de mi padre, cuando el cuatro de diciembre el eco sordo de un disparo sesgaba una vida pero no ahogaba la fiesta ni las ansias de libertad. Y recuerdo a mi madre haciendo pestiños en esa cocina pequeña, de ese pequeño piso de la Barriada de Begoña, tarareando pequeñas canciones que nunca había oído: si los curas y frailes superan…

Asistí a tu primera comunión, que duró varios años, y no olvidaré que tu traje peculiar -verde, blanco y verde- lo inundaba todo, todo lo hacía brillar, todo lo seducía. Quita un cacique, elige un Alcalde. El intento de golpe de estado nos pilló, como a todos, con la guardia baja y más pendientes del 28 que del 23 de febrero. Del miedo se pasó a la ilusión y pronto olvidé –olvidamos- y nos pusimos a soñar.

Entre tu comunión y tu fiesta de puesta de largo, dejamos las alpargatas y compramos deportivas de marca, botos camperos o zapatos de tacón. Nos mudamos al centro de Sevilla y mi madre sustituyó aquellas cancioncillas por letras de Carlos Cano: ¡Cómo relucen las amapolas, de Andalucía trabajadora! Ingresé en las Juventudes Comunistas de Andalucía mintiendo sobre mi edad. Lo ha explicado Pita muchas veces: este tío tenía la misma barba con trece años que con 30. Me fui con Fernando, Jose (que no José) y Juanjo a la Plaza de Armas: llegaba una de las marchas por la Reforma Agraria Integral.

Llegó la modernidad. Tenías que seguir siendo lo que eras, pero te disfrazaban y te usaban a su antojo. ¿Tu papel? Ser un tablao gigante para dar palmas al compás de sevillanas forzadas. Yo recordaba los acordes de ésa “la que divierte…” y empezaba a conocerte. Ronda me maravilló, envidié a Granada, me enamoré de Baelo Claudia, de los campos cordobeses y de sus calles, de la sierra de Huelva… leí, gracias a Pilar García (profesora del San Isidoro) a Juan Goytisolo y sus Campos de Níjar y entendí que había dos, o más, Andalucías. Mi tierra era mucho más de lo que había vivido, mucho más de lo que abarcaba, mucho más de lo que tenía, y, mucho menos de lo que esperaba.

Y te casaste. No sé si fue un matrimonio de conveniencia o hiciste bueno el refrán: el roce hace el cariño. Eras mujer, amante, compañera, madre… pero te faltaba ser tú, ser libre y consciente. Ya me pilló fuera y te miraba, con anhelo pero también con inquietud y una tremenda pena. Te he visto desgobernarte y hoy soy testigo lejano de tu divorcio.

El 22 de marzo tienes una nueva oportunidad. Tienes que decirle a tus hijos e hijas que quieres un futuro concreto, que en sus manos está romper con la pandereta y los subsidios. Que eres rica en imaginación, en gentes de bien, en recursos, en tecnología, en tierras fértiles, en espacios naturales. Que tienes buenos maestros y maestras, buenos profesionales de la salud, buenas ideas. Tienes que decirles que tienen que participar, decidir y comprometerse. Tienes que reclamar tu espacio en la historia (y puedes).

Creo que tienes que recuperar el espíritu que te alumbró, que te parió si se prefiere. Creo que debes reconstruirte, abandonando las políticas neoliberales (las haga quien las haga y se llame como se llame). Creo que no debes dejarte seducir por los cantos de sirenas que remarcan el acento pero vacían los discursos de contenidos.

Te ruego, por lo mucho que te quiero aunque esté lejos y ya sea más manchego que andaluz, que retomes tu historia. No me hagas que te vea envejecer sola, achacosa, con dolores incurables y sin esperanza. Ni tú ni los andaluces lo merecen.

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