Admiróse un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños en Francia
supiesen hablar francés.
«Arte diabólica es»,
dijo, torciendo el mostacho,
«que para hablar en gabacho
un fidalgo en Portugal
llega a viejo y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho».
Nicolás Fernández de Moratín
Se empeña uno en responder y responderse (que no es lo
mismo) sobre cuestiones mezcladas y no siempre nítidas que afectan y abarcan a
conceptos complejos: pueblo, nación, país, estado, comunidad… La ciencia
política ha ido definiendo estos conceptos –con sus matices ideológicos- y más
o menos, podemos distinguir entre todos estos términos atendiendo a otros
muchos paralelos y sin los que no tendría sentido establecer esta discusión.
Así, términos como lengua, cultura, tradiciones, rasgos, sentimientos, orografía,
carácter o sentir (de sentimientos) tienen que analizarse y contemplarse al
mismo tiempo que hablamos de fronteras, modelo de organización, relación con
los demás, belicosidad, odio histórico y características de clase o religión.
Dicho en plata, no podemos definir ni confundir términos
como nación, país y estado sin analizar en profundidad otros muchos que
caracterizan a la mayoría de los habitantes de ese límite geográfico concreto.
Los pueblos, por ejemplo, no tienen por qué estar sujetos a un único territorio
o estado, y de las lenguas y tradiciones ya ni hablamos.
Cuando leí las declaraciones de Juan Carlos Ibarra sobre
Artur Mas en las que lo comparaba con Hitler (en tanto que éste último llegó al
poder manipulando la ley) he sentido entre asco, repelús y pena. Asco porque
esa desafortunada comparación solo puede ser malintencionada en alguien tan culto.
Repelús porque además de que falta a la realidad agudiza la parte menos
racional de este necesario debate. Pena, mucha pena, porque mientras estemos
ante este escenario no haremos más que profundizar en las diferencias, que
haberlas haylas, entre los varios pueblos y sentimientos que suman este Estado.
Quizá, en el fondo, a nadie le interese un verdadero debate
sobre la articulación de este Estado (obsérvese que evito adrede el término
país porque en España hay que hablar de países, en plural) y les interese más,
a unos y otros, tenernos distraídos con un problema de fronteras –que no
resolverían el verdadero estorbo subyacente- y que, además, tiene difícil
arreglo.
Definamos pueblo, que es de quien tiene que emanar el
derecho y la soberanía de la decisión. Definamos país, digamos por simplificar
que es donde quiere vivir la mayoría de ese pueblo. Definamos estado, y veremos
cómo se va a organizar ese pueblo y cómo se va a relacionar con los demás
pueblos. Definamos el conjunto de normas y leyes y veamos cuáles pueden ser
comunes, cuáles deben serlo obligatoriamente, y cuáles serán propias para
ayudar a cada parte, perdón, a cada pueblo.
Cuando tengamos resueltas todas estas cuestiones tenemos que
iniciar nuevos debates: medio ambiente, explotación, derecho a una vivienda,
sanidad de calidad, educación, cultura, pensiones… es decir, los verdaderos
problemas de cada pueblo, hablen como hablen, canten como canten, sientan como
sientan.
Yo habría preferido que Ibarra le hubiese llamado a Mas, por
ejemplo, mochuelo. Además de por aquello de que volara a su olivo, porque nos
habría permitido iniciar el debate (el que necesitamos de verdad) atendiendo a
criterios y discusión política. Sorprende que quien ha sido el presidente de un
cacho de este pastel se indigne e insulte al que preside otro cacho cuando al
final, el objetivo de ambos, es saber dónde poner el chuchillo para cortarlo.
Y mientras, tú y yo, que hablamos de modo distinto, pensamos
de modo distinto y vivimos de modo distinto tenemos que amarnos a cientos de
kilómetros… pan con tomate y jamón extremeño señores, que están ustedes tontos,
y después, cuando les salga de los huevos, acaben con el paro, las injusticias,
las desigualdades, los privilegios, los despilfarros… el primero que lo logre que me avise, que me hago catalán o extremeño, si ninguno es capaz, no nos distraigan.
Nosotros ya estamos jodidos gracias a sus estupideces, al
menos que nuestros hijos puedan ser lo que quieran ser, pero sobre todo que
sean libres e iguales, se entiendan, compartan y crezcan.
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