martes, 12 de marzo de 2013

Artur Mas no es nazi, es un mochuelo


Admiróse un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños en Francia
supiesen hablar francés.
«Arte diabólica es»,
dijo, torciendo el mostacho,
«que para hablar en gabacho
un fidalgo en Portugal
llega a viejo y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho».

Nicolás Fernández de Moratín


Se empeña uno en responder y responderse (que no es lo mismo) sobre cuestiones mezcladas y no siempre nítidas que afectan y abarcan a conceptos complejos: pueblo, nación, país, estado, comunidad… La ciencia política ha ido definiendo estos conceptos –con sus matices ideológicos- y más o menos, podemos distinguir entre todos estos términos atendiendo a otros muchos paralelos y sin los que no tendría sentido establecer esta discusión. Así, términos como lengua, cultura, tradiciones, rasgos, sentimientos, orografía, carácter o sentir (de sentimientos) tienen que analizarse y contemplarse al mismo tiempo que hablamos de fronteras, modelo de organización, relación con los demás, belicosidad, odio histórico y características de clase o religión.

Dicho en plata, no podemos definir ni confundir términos como nación, país y estado sin analizar en profundidad otros muchos que caracterizan a la mayoría de los habitantes de ese límite geográfico concreto. Los pueblos, por ejemplo, no tienen por qué estar sujetos a un único territorio o estado, y de las lenguas y tradiciones ya ni hablamos.

Cuando leí las declaraciones de Juan Carlos Ibarra sobre Artur Mas en las que lo comparaba con Hitler (en tanto que éste último llegó al poder manipulando la ley) he sentido entre asco, repelús y pena. Asco porque esa desafortunada comparación solo puede ser malintencionada en alguien tan culto. Repelús porque además de que falta a la realidad agudiza la parte menos racional de este necesario debate. Pena, mucha pena, porque mientras estemos ante este escenario no haremos más que profundizar en las diferencias, que haberlas haylas, entre los varios pueblos y sentimientos que suman este Estado.

Quizá, en el fondo, a nadie le interese un verdadero debate sobre la articulación de este Estado (obsérvese que evito adrede el término país porque en España hay que hablar de países, en plural) y les interese más, a unos y otros, tenernos distraídos con un problema de fronteras –que no resolverían el verdadero estorbo subyacente- y que, además, tiene difícil arreglo.

Definamos pueblo, que es de quien tiene que emanar el derecho y la soberanía de la decisión. Definamos país, digamos por simplificar que es donde quiere vivir la mayoría de ese pueblo. Definamos estado, y veremos cómo se va a organizar ese pueblo y cómo se va a relacionar con los demás pueblos. Definamos el conjunto de normas y leyes y veamos cuáles pueden ser comunes, cuáles deben serlo obligatoriamente, y cuáles serán propias para ayudar a cada parte, perdón, a cada pueblo.

Cuando tengamos resueltas todas estas cuestiones tenemos que iniciar nuevos debates: medio ambiente, explotación, derecho a una vivienda, sanidad de calidad, educación, cultura, pensiones… es decir, los verdaderos problemas de cada pueblo, hablen como hablen, canten como canten, sientan como sientan.

Yo habría preferido que Ibarra le hubiese llamado a Mas, por ejemplo, mochuelo. Además de por aquello de que volara a su olivo, porque nos habría permitido iniciar el debate (el que necesitamos de verdad) atendiendo a criterios y discusión política. Sorprende que quien ha sido el presidente de un cacho de este pastel se indigne e insulte al que preside otro cacho cuando al final, el objetivo de ambos, es saber dónde poner el chuchillo para cortarlo.

Y mientras, tú y yo, que hablamos de modo distinto, pensamos de modo distinto y vivimos de modo distinto tenemos que amarnos a cientos de kilómetros… pan con tomate y jamón extremeño señores, que están ustedes tontos, y después, cuando les salga de los huevos, acaben con el paro, las injusticias, las desigualdades, los privilegios, los despilfarros… el primero que lo logre que me avise, que me hago catalán o extremeño, si ninguno es capaz, no nos distraigan.

Nosotros ya estamos jodidos gracias a sus estupideces, al menos que nuestros hijos puedan ser lo que quieran ser, pero sobre todo que sean libres e iguales, se entiendan, compartan y crezcan.

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