martes, 8 de julio de 2014

Crema bronceadora contra Podemos e IU

Quedan algunos partidos del mundial de fútbol y, además, están las lesiones de insignes figuras, los fichajes del próximo año, la final y las celebraciones de turno. Ese será el plazo para que, por ejemplo, Gibraltar vuelva a ser un problemón, o, se den como noticias los cuernos, posados, amoríos, divorcios y demás cosas interesantes de la gente guapa.

El verano es el momento propicio para los decretazos, las leyes sin consenso, los ataques a la libertad y la democracia, los indultos y los insultos a la inteligencia y al sentido común: la crema bronceadora es en realidad un dulce anestésico de conciencias. Poco saben los maquiavélicos poderosos de la realidad que intentan manipular, porque ha cambiado de tiempos, de hábitos, de forma y de estructura. Hoy, cuando ni salimos de la crisis ni terminamos de entrar en ella (intentaré explicar esto en un futuro artículo) la sociedad española se desdibuja, se transforma, se organiza y aspira, se confronta y, sobre todo y fundamentalmente, piensa. No podemos lanzar las campanas al vuelo pero una nueva perspectiva de sí misma y de su posibilidad de jugar un papel propio en la toma de decisiones, de ser parte y partícipe, se abre paso poco a poco en el consciente individual y colectivo; insisto, no es la totalidad –se habría acabado este artículo y el problema- pero sí parece que renace una cierta esperanza.

He aprendido algo de la mano de Carlos Taibo y de Serge Latouche sobre el “decrecimiento”, pero he descubierto que ninguno se anima a hacernos decrecer en lo peor del género humano: el decrecimiento no tiene que ser sólo económico, tenemos que generar una sociedad global en la que se decrezca en ambición, en codicia, en posesión de bienes materiales… y, al mismo tiempo, se crezca en solidaridad, en cultura, en intercambio, en autogestión y cooperación, en igualdad y en conocimiento de uno mismo para sumarse a proyectos colectivos.

En ese verano que es hoy, tenemos dos opciones nítidas que, creo, deberían de anexarse (asociarse o fundirse) cuanto antes para organizar esa nueva conciencia y realidad. Izquierda Unida y Podemos, Podemos e Izquierda Unida (junto a otras fuerzas políticas, sindicales, movimientos sociales, mareas, etc.) tienen la obligación de entenderse para plantear un modelo que contrarreste, se anteponga y después venza al único culpable real de la situación económica, antidemocrática, social y cultural que padecemos: el capitalismo.

Ninguno de los dos modelos es perfecto. IU es ya un partido clásico que no termina –lamentablemente- de ser creíble (y al que se le pueden hacer críticas organizativas y políticas) y Podemos ha optado por un modelo con pies de barro que ralentiza las decisiones y que aún no se ha tenido que enfrentar a sus propios fantasmas y contradicciones. Ambos tienen mucho que aprender el uno del otro y el otro del uno. Ambos tienen que recapacitar sobre sus posibilidades reales. Ambos pueden aprovechar cosas del otro. Ambos tienen que contagiarse. Ambos tienen que evitar que, al menos, la crema bronceadora se nos meta en los ojos. Una advertencia más y termino: aquel que desilusione o provoque el desencanto de esa “nueva sociedad” que quiere decidir pagará un alto precio, así es que ojito con las aspiraciones individuales, con los miedos, con los odios, con lo clásico y lo nuevo.

En política uno más uno no siempre da dos. Aprovechemos ese despertar para desperezarnos, retratarnos juntos y sonreírle al futuro. La otra opción es esperar a ver qué pasa en Gibraltar o los cuernos de fulanita, las lesiones de menganito… Podemos (y debemos) crear una izquierda (unida).

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