El verano es el momento propicio
para los decretazos, las leyes sin consenso, los ataques a la libertad y la
democracia, los indultos y los insultos a la inteligencia y al sentido común:
la crema bronceadora es en realidad un dulce anestésico de conciencias. Poco
saben los maquiavélicos poderosos de la realidad que intentan manipular, porque
ha cambiado de tiempos, de hábitos, de forma y de estructura. Hoy, cuando ni
salimos de la crisis ni terminamos de entrar en ella (intentaré explicar esto
en un futuro artículo) la sociedad española se desdibuja, se transforma, se
organiza y aspira, se confronta y, sobre todo y fundamentalmente, piensa. No
podemos lanzar las campanas al vuelo pero una nueva perspectiva de sí misma y
de su posibilidad de jugar un papel propio en la toma de decisiones, de ser
parte y partícipe, se abre paso poco a poco en el consciente individual y
colectivo; insisto, no es la totalidad –se habría acabado este artículo y el
problema- pero sí parece que renace una cierta esperanza.
He aprendido algo de la mano de
Carlos Taibo y de Serge Latouche sobre el “decrecimiento”, pero he descubierto
que ninguno se anima a hacernos decrecer en lo peor del género humano: el
decrecimiento no tiene que ser sólo económico, tenemos que generar una sociedad
global en la que se decrezca en ambición, en codicia, en posesión de bienes
materiales… y, al mismo tiempo, se crezca en solidaridad, en cultura, en
intercambio, en autogestión y cooperación, en igualdad y en conocimiento de uno
mismo para sumarse a proyectos colectivos.
En ese verano que es hoy, tenemos
dos opciones nítidas que, creo, deberían de anexarse (asociarse o fundirse) cuanto
antes para organizar esa nueva conciencia y realidad. Izquierda Unida y
Podemos, Podemos e Izquierda Unida (junto a otras fuerzas políticas,
sindicales, movimientos sociales, mareas, etc.) tienen la obligación de
entenderse para plantear un modelo que contrarreste, se anteponga y después venza
al único culpable real de la situación económica, antidemocrática, social y
cultural que padecemos: el capitalismo.
Ninguno de los dos modelos es
perfecto. IU es ya un partido clásico que no termina –lamentablemente- de ser
creíble (y al que se le pueden hacer críticas organizativas y políticas) y
Podemos ha optado por un modelo con pies de barro que ralentiza las decisiones
y que aún no se ha tenido que enfrentar a sus propios fantasmas y
contradicciones. Ambos tienen mucho que aprender el uno del otro y el otro del
uno. Ambos tienen que recapacitar sobre sus posibilidades reales. Ambos pueden
aprovechar cosas del otro. Ambos tienen que contagiarse. Ambos tienen que
evitar que, al menos, la crema bronceadora se nos meta en los ojos. Una
advertencia más y termino: aquel que desilusione o provoque el desencanto de
esa “nueva sociedad” que quiere decidir pagará un alto precio, así es que ojito
con las aspiraciones individuales, con los miedos, con los odios, con lo
clásico y lo nuevo.
En política uno más uno no
siempre da dos. Aprovechemos ese despertar para desperezarnos, retratarnos
juntos y sonreírle al futuro. La otra opción es esperar a ver qué pasa en
Gibraltar o los cuernos de fulanita, las lesiones de menganito… Podemos (y debemos) crear una
izquierda (unida).
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