martes, 18 de junio de 2013

El pacto


 
-Hola ¿Es el enemigo? Que se ponga.
Gila

 
Un tipo vestido de chulapo invita a bailar a un viejo rockero. No saben qué música va a sonar pero ambos creen que la foto les hará un favor: el primero dejará de ser rancio y el segundo dejará a un lado su profunda mediocridad. Los dos han mirado al pinchadiscos y han señalado su atuendo/disfraz con la esperanza de que entienda la indirecta y ponga algo que sepan bailar. El pincha tenía otras órdenes: sale al escenario una falsa ciega con un organillo. El chulapo se entusiasma y el rockero se acojona. Suenan los primeros acordes y no es un chotis, ahora el chulo se extraña y el moderno se envalentona. Se distingue la música: suena el Himno a la Alegría de Beethoven, ridículo en un organillo al que da ritmo una Merkel que sonríe.
 
Rajoy, embaucador y excesivamente maquillado, agarra por la cintura a Rubalcaba, lo cobija en su pecho y lo pone a dar vueltas girando permanentemente a la izquierda. Al principio la sensación es agridulce: demasiado cerca, demasiado iguales, demasiado lentos… Rubalcaba se da cuenta de que se está dejando llevar, siempre hacia la izquierda pero sin moverse de la misma loseta, e intenta zafarse del abrazo del oso. No es que vaya a abandonar el escenario (la falsa ciega vigila) es que no se le ve bien de lo tapado que está. Agarra a su pareja de la mano e intenta emular unos pasos de West Side Story… Mariano se coloca las gafas -¿subo o bajo?, ¿voy o vengo?- y Alfredo da pequeños saltitos alternando un pie y el otro sobre el suelo y levanta el brazo izquierdo a la vez que la mano canta los cinco lobitos –lo tengo en el bote-.
Cuando el Himno llega a ese momento apoteósico, crescendo, el público se levanta y se va. Merkel lo nota y reclama el aplauso, al fin y al cabo ha marcado el compás; el organillo (orgullo nacional hecho con piezas sobrantes de la reconversión industrial) vomita sus últimos acordes por pura inercia… aplauden con más o menos ganas los sindicatos de clase, los medios de comunicación, la banca, la Iglesia y algún acólito, alguna alcahueta, muchos politiqueros, los empresarios, y, en general, los bobalicones, los corruptos, los chupópteros, los necios...
En la calle la mayoría se organiza para que les devuelvan el precio de la entrada. A la vuelta de una esquina los antidisturbios bajan las viseras de sus cascos.

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