Imaginad que nos llevaran con los
ojos vendados a un cruce de caminos y nos liberaran allí con una única
pregunta: ¿hacia dónde quieres ir? Los que tenemos responsabilidades familiares
y además amamos nuestra vida, estamos a gusto con ella o nos da miedo el reto,
posiblemente buscaríamos en el horizonte alguna señal que nos devolviera a
casa. Los que tengan un cierto espíritu aventurero, pocos compromisos o mucha curiosidad,
quizá optasen por caminar hacia lo desconocido; posiblemente buscarían un nuevo
paisaje, nuevas vistas, o destinos omitidos en otras ocasiones. Algunos no se
plantearían ninguna cuestión trascendental y comenzarían a andar deseosos de
volver a la “civilización” y otros, sin embrago, elegirán adrede el camino que –les
parece- más le aleja de lo ya vivido.
Imaginad que en vez de personas
situamos en el mismo cruce a algunos animales. La borrega huirá de su captor y
en cuanto tenga hambre y se haya calmado buscará un prado, se apartará de la
senda; tan sólo buscará a los hombres cuando le duelan las ubres porque no la
han ordeñado… y balará de dolor, deseosa de que la expriman. El lucio morirá en
el suelo, retorciéndose, dando vigorosos coletazos y quizá oliendo un río
cercano pero inalcanzable; lo han soltado en el lugar equivocado y morirá sin
poder avanzar, sin poder respirar, sin poder entender. El perro, sin embargo,
lo tendría muy claro; si le han hecho daño al secuestrarlo intentará morder o
escapar a toda velocidad, sin término medio, cuando se vea seguro pensará hacia
dónde ir, entrará y saldrá de los caminos según le convenga o no y volverá con
su amo; siempre vuelven con su amo. La lechuza volará primero huyendo del sol
hacia la espesura de algún bosque y sólo después, cuando caiga la noche, verá
si hay comida, recursos suficientes y pocas amenazas… ella no necesita de
caminos, necesita de ratones.
Imaginad que hemos llevado allí a
“las izquierdas”. Lo primero que intentarán será una gran asamblea para decidir
hacia dónde ir pero pronto descubrirán que hay tantas posturas como
direcciones, tantas opiniones como sendas. Mientras la mayoría se distraía
algunos han sacado sus teléfonos móviles y han situado en el GPS dónde se
encuentran, de paso han llamado a la amante para tranquilizarla y al banco para
que sepan que siguen bien. Ya se sabe, todos necesitamos guías. Otros, más
honestos y con algún remordimiento, han prestado esos mismos teléfonos a
quienes querían comunicarse con los amigos, con la familia o con el cura de su
pueblo (que de todo hay en la viña del Señor). Los menos han descartado hacer
esa llamada y ya han emprendido la marcha por un camino de baldosas amarillas.
Otros, fieles al juego y al secuestro (actores de un papel impuesto y forzado) también
han comenzado la marcha según su criterio: tierra suelta unos, asfalto otros,
empedrado los menos (tipos muy listos que saben de historia y querían
aprovechar la ocasión para demostrar empíricamente que todos los caminos
conducen a Roma)… los grupos siguen a las banderas o pancartas que encabezan
las comitivas y algunos incluso se escuchan cantos marciales o consignas en
rima consonante.
Imaginad por un segundo que cada
camino tuviera uno o varios peligros; que detrás de algunos rincones –se tome
la dirección que se tome- nos encontraremos cara a cara con nuestros recuerdos,
nuestra ética y nuestro ser, con nuestra razón y nuestro pasado; imaginad que tengamos
también algún descanso y alegría.
Dejad de imaginar y pensad. Los
caminos son caminos porque tú los andas y porque unen dos destinos. Es verdad
que algunas veces la senda no es sino un recorrido para admirar una vista que
nos devuelve al punto de partida pero, en general, cuando hayamos observado lo
suficiente podremos elegir otra opción o, si nos compensa, seguir dando
vueltas. También es verdad que hay caminos que atraviesan abismos con puentes
colgantes que nos suelen dar vértigo e, irracionalmente, no entendemos que si
alguien ha tendido el puente es porque es posible cruzar. También es cierto que
hay callejones cortados pero basta con dar la vuelta atrás y volver a comenzar.
También hay algunos que son laberintos infinitos.
Os voy a contar qué habría hecho
yo si me soltaran en el cruce. Lo primero sería saber hacia dónde quiero ir o
si quiero quedarme allí (igual me han soltado en el paraíso y si comienzo a
andar no puedo siquiera apreciarlo). Lo segundo es que me miraría en los
bolsillos para ver qué llevo encima y qué me puede ser útil en ese momento. Si
decido quedarme (nada ni nadie me obliga a moverme) intentaría construir un
cobijo, plantaría algo y me comería el Lucio que hace un rato dejó de boquear, mantendría
a mi lado a la borrega e intentaría convencer al perro de que se quedara
conmigo… a la lechuza la liberaría porque ni tengo ratones ni puede aportarme
utilidad aunque quizá los ratones vengan a comerse mi grano y entonces la
echaré de menos. Si decido marchar hablaría con los demás y escucharía,
escucharía mucho y a todos y todas, escucharía de todo, escucharía sin más. Aunque
fuera por mis hijos y por esa extraña vocación colectiva y social que tenemos
los humanos, seguro que me movería en alguna dirección, por lo tanto, lo
primero que haría es ver qué medios tenemos para trasladarnos, y digo tenemos,
porque las opiniones pueden ser muchas pero los caminos son pocos y seguro que
coincidiría con otros como yo (o parecidos). Si podemos construir algo es mejor
un carromato en el que quepamos cien que un Ferrari en el que puedan irse dos,
y si no tenemos herramientas, materiales, ni animales de tiro, lo mejor es
caminar todos juntos.
¿Y si me hubieran soltado entre “las
izquierdas”? Lo mejor es preguntarse quiénes somos, de dónde venimos y hacia
dónde vamos. Poco más. Saber con quién queremos hacer el camino y dejarnos
llevar por el instinto, la actitud de los demás, descartar a los adalides y
salvadores de patrias, aprender y caminar… aprender a caminar. No nos enfademos
con quien quiera quedarse, no nos preocupemos ni envidiemos a quienes han
tomado otra dirección. Siempre nos quedará a todos el cruce para volver e
intentarlo de nuevo. Eso sí, por favor, recordad que “al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”.
Entre
una consigna y un canto de sirena me quedo con la proclama, entre un bello
paisaje y el reencuentro con un amigo me quedo con el amigo. Entre lo que
quiero ser y lo que ya he sido me quedo con lo que soy. Caminemos, imaginemos y
pensemos.
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