Si viviéramos en una sociedad más
politizada; si los ciudadanos fueran plenamente libres, conscientes e iguales;
si conviviéramos armónicamente con nuestros opositores, incluso con nuestros
enemigos; si los humanos no tuvieran marcado en los genes la ambición, la
acumulación material y la envidia; si fuésemos ciertamente solidarios,
altruistas, bondadosos y cooperativos; y, por último, si la participación en la
toma de decisiones a corto y largo plazo fuera obligatoria y constante, yo no
tendría ningún problema en que los ciudadanos eligieran directamente a su
Alcalde (tampoco tengo muy claro que en una sociedad así hicieran falta
Alcaldes, pero este es otro debate).
Por el contrario, nuestra
sociedad es una mescolanza de intereses, codicias y apetitos que ha articulado
mecanismos e instituciones que mantienen (y para que mantenga) alejados a los
ciudadanos del poder en todos los sentidos. El modo en que esa sociedad,
nuestra sociedad, elige a sus alcaldes es conocido: los partidos (y en contadas
ocasiones los vecinos o las agrupaciones vecinales) se presentan a las
elecciones con una lista ordenada. Los elegidos/las elegidas son los Concejales
del ayuntamiento y éstos votan al Alcalde. Los ciudadanos se ven obligados a
delegar su poder a una única lista, una única papeleta, y los partidos
adquieren así mucho más poder del aparente porque, de un lado, en sus siglas
los vecinos delegan capacidad de gestión, de proponer normas, de decisión; de
otro, quienes dirigen los partidos saben que son el único vehículo, la única
forma actual, de conseguir poder con lo que en la inmensa mayoría de los casos
convierten a los partidos en un fin en sí mismo y no en la herramienta que
deberían de ser.
La política es demoniaca, no
venga a hacer política, es aburrida y se come tu preciado tiempo libre… son
todos iguales… y así, los ciudadanos, hartos de corrupción, corruptelas,
enchufismo, prebendas, etc. abandonan los partidos (y los sindicatos, pero este
es otro debate) y después ni siquiera los vota. Más tarde le dan asco. Por último
o se aborregan y se conforman o se rebelan contra el modo, las normas en fondo
y la forma. Ahora mismo nos movemos entre esas dos tendencias –ambas con mucha
fuerza- que, lejos de encontrarse, se radicalizan: pasotismo, abstención, asco
versus democracia, participación, decisión.
Para entender en su totalidad nuestra
sociedad, políticamente hablando, tenemos que tener en la cabeza (y en el
corazón, pero este es otro debate) a la clásica estructura de clases, al
capitalismo con todas sus formas, a los mecanismos e instituciones que hemos
creado para articular las decisiones, a los sistemas de representación y de
delegación de poder, pero, también, a elementos mucho más transversales y
complejos como son la igualdad y la mujer, el medioambiente o las particularidades
de los jóvenes; por último, tenemos que añadir al análisis una serie de
conceptos e ideas del tipo de la fuerza y la correlación de fuerzas, el
conjunto jurídico, el grado de satisfacción y bienestar, la educación y la
cultura… en resumen, si fuésemos parte activa de esa sociedad –un elemento
dinámico, en evolución y revolución permanente- nos bastaría con nuestra propia
experiencia y conocimiento para interpretar, más o menos debidamente, nuestro
entorno y poder decidir sobre él. Si somos actores de esa sociedad podemos y
debemos saber nuestro papel y del resto, movernos sin estorbar a los demás
actores y conocer el desenlace de la obra. No hay que olvidar por último, que
además de actores tenemos que ser público para valorar nuestra propia actuación
y la del conjunto. Quizá ese desdoble sea el más complejo y más necesario de
todos.
Frente al supuesto óptimo
expuesto nos encontramos con una sociedad dirigida por unos pocos (por
democrática que nos parezca, pero este es otro debate) que contralan los
mecanismos de perpetuación de su poder. La educación y la cultura –esa cosa
difícil de definir pero que condiciona nuestras elecciones y decisiones- son
las herramientas fundamentales y, seguidas muy de cerca, deberíamos de
considerar las tradiciones, la religión, los medios de comunicación, los
aparatos de represión legal, el poder coercitivo del Estado. Por último y para
rizar el rizo, metamos en el análisis conceptos como el de consumo, alienación,
dominación o propiedad y ya tendremos una buena parte de los elementos
necesarios para entender, actuar y diseñar nuestra sociedad.
La elección directa del Alcalde
no es sino un modo de facilitar que aquellos que tienen poder (a través de los
partidos como fines en sí mismo) dispongan con comodidad de los elementos para
mantenerse o alternarse en el poder. Ahora mismo, nuestro sistema de elección
es mejorable (proporcionalidad, listas abiertas, primarias, coaliciones de
fuerzas e ideas… pero éste es otro debate) y no obstante es mucho mejor que elegir
entre tres, cuatro o siete “caras guapas” que se habrán peinado y maquillado
pendientes de seducir y no de hacer.
Rajoy, una última cuestión. Si el
sistema que propone es tan bueno y tan justo ¿Por qué no elegimos directamente
al Jefe de Estado o al Presidente? ¿Se sometería usted a la elección directa y
que gobernara este “país” el Presidente más votado? (Quizá este también sea
otro debate). Por si alguien ha leído esto hasta el final: que no te engañen,
lo más democrático y lo mejor para la democracia es que TÚ participes, TÚ
decidas, TÚ actúes… pienses, elabores, ejecutes, colabores, dudes, sientas… te
ilusiones. Lo mejor para ellos es que les votes directa o indirectamente.
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